Al igual que a los seres humanos puede afectar en su calidad de vida el ruido excesivo de las grandes ciudades, la industria o el tráfico rodado, se ha demostrado que también tiene efectos adversos sobre el medio ambiente. En concreto se tiene conocimiento que algunas especies de peces, aves y ballenas pueden verse perturbadas por determinados sonidos. ¿Quién no ha observado alguna vez a los perros asustados cuando suena un petardo?, su reacción es la de huir y ponerse nerviosos. Pero en términos o escalas más grandes el trastorno que pueden llegar a sufrir determinados ecosistemas por los efectos del ruido conduce a alteraciones en la conducta de muchos animales. La contaminación acústica como los humanos la conocemos, en los mamíferos, peces o aves las señales auditivas son vitales para su reproducción o las migraciones y la percepción que tienen es más sensible que la del ser humano. A nivel terrestre dentro del ámbito humano podemos solucionar en parte este problema para reducir el ruido excesivo, instalando cortinas acústicas en hogares, comercios o la industria, pero no podemos hacer lo mismo y poner al campo pantallas o como dice el dicho, colocarles puertas al campo. En gran medida la causa de la contaminación acústica es la generación de sonidos que provienen de la combustión de hidrocarburos en motores de explosión, así que hasta que el ser humano no cambie esta dinámica estaremos causando daños al medio ambiente y a nosotros mismos, porque pensemos, la naturaleza en general es un vaso comunicante directamente proporcional con respecto al ser humano.
En el ámbito marino muchas especies sufren a consecuencia de la contaminación acústica que producen los grandes buques, la pesca intensiva o las extracciones petrolíferas. Un ejemplo cada vez más frecuente lo tenemos cuando vemos las noticias en televisión con imágenes de delfines o ballenas varados en las playas. Pero volviendo al concepto puramente acústico del sonido, ya sabemos que en espacios cerrados como abiertos, es decir, en el aire las ondas sonoras viajan a una velocidad aproximada de 340 metros por segundos, mientras que en el fondo oceánico o mares su velocidad alcanza los 1.500 metros por segundo. Esta comparativa nos puede dar una idea de lo desarrollado que tienen muchas especies marinas su sentido de la orientación para reaccionar ante un ruido en su propio medio ambiente, por ello cualquier perturbación que no sea natural les confunde y desorientan, les ocasionan cambios en su conducta biológica como el apareamiento, la migración y la crianza, provocando como hemos comentado anteriormente hasta conductas agresivas, incluso en muchos casos la muerte por embolias ocasionadas por el nitrógeno formado por el sonido.
Las aves también sufren los efectos adversos de la contaminación acústica, porque en las aves pequeñas que aún teniendo una frecuencia de sonido de su canto más bien alta, reducen su tiempo de alimentación para pasar a un estado de hipervigilancia cuando están sometidos a altos niveles de ruido, principalmente en las ciudades, este hecho se agrava en muchas aves de mayor tamaño que tienen una onda sonora más baja y se ve apocada por el ruido ambiental, dejándolas desprotegidas ante cualquier depredador. El efecto pantalla o muro que genera el alto nivel de ruido en muchas aves llega a ponerlas en riesgo al no poder comunicarse con sus congéneres o avisarse entre ellas de un peligro.
Realmente no somos conscientes plenamente de estos problemas a corto plazo ni tan siquiera a largo plazo, porque tanto animales como seres humanos vamos creando una adaptación a los cambios en el medio y no nos damos cuentas que estamos produciendo un daño directamente a nosotros mismos y a la fauna, pero éstos a su vez a las personas en la cadena alimenticia cuando una especie empieza a afectar a otras.
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